lunes, 24 de febrero de 2014

Historia de un gato callejero (Cap.III): El día que Jaleo perdió sus huevos

Acosada por algunas vecinas de mi edificio por darle de comer y atender a Jaleo dentro de las zonas comunitarias, moví su adopción por las redes buscándole urgentemente un hogar. La suerte le sonrió a este santo peludo, pero antes tenía que castrarlo...


¿Por qué a mí... se me ha caído un huevín en el jardín? 

Una vecina del edificio donde vivo en Montevideo, alegando que ella es médico, me denunció a la administración de la finca (que viene a ser como la Inquisición) para que me multen por alimentar a los dos gatitos callejeros que viven en los jardines, Jaleo y Edi. Su argumento es que los gatos van a contagiar la toxoplasmosis a los niños y embarazadas, como ella. 
He de decir que antes de llegar a Uruguay jamás había oído hablar de esta enfermedad, que parece que aquí es el yuyu y demoniza a los gatos provocando su rechazo en muchas uruguayas. Posiblemente, la culpa es de los médicos locales a los que les resulta más fácil decirle a las preñadas "eche al gato de su casa" que explicarle algo tan sencillo como que no manipulen las arenas de las cacas (por ahí anda el parásito culpable del contagio) y que se laven las manos con más frecuencia al acariciar a su gato. ¡Punto! 

¿Si cago en el váter me querrás más?

Era urgentísimo sacar a Jaleo de esta casa antigatos, así que me moví por Facebook y LinkedIn haciendo un llamamiento desesperado entre los montevideanos. Respondió mi amiga Florencia que aunque ya tiene un gatito y una perrita Border collie, se enamoró de Jaleo por foto. Vino a verlo una mañana que él estaba a mi lado echadito en el jardín y predispuesto a las caricias, aunque alerta al más mínimo ruido. Florencia decidió adoptarlo en ese mismo momento, así que convinimos concertar una cita para castrarlo y que ella se lo llevara a casa al día siguiente. Yo prefería que Jaleo se quedaba conmigo tras la operación, pues me conoce bien y me tiene cariño. 

Con un ojito te miro y con el otro me duermo

Dos días después me lo llevé a la clínica, ayunado, tranquilo y confiado. Lo metí en el transportín sin problemas (es un ángel) y se tumbó mirándome a los ojos constantemente. Lo dejé todo tranquilo con su veterinario y volví a casa esperando su llamada tras la intervención. Todo salió de perlas y a las 18.00h, Jaleo estaba en casa. Le compré un collar reflectante, se lo puse sin problemas mientras él se tambaleaba aún bajo los efectos de la anestesia. Estaba para comérselo. Cuando fue despertando sólo quería estar conmigo y me pisaba los talones atolondradamente por todo el apartamento. Quise encerrarlo en la habitación de invitados con su camita, arenas, aguita y juguetes para dejar salir a Farruca de mi dormitorio (ella estaba en mi cuarto estresadísima con su presencia) pero el pobre lloraba sin parar partiéndome el alma...

No me dejes solito que ya no tengo huevitos

Pasé una noche toledana en el sofá del salón -más duro que una piedra berroqueña- con Jaleo sobre mí pecho abrazado al cuello, ronroneando y babeando entre feliz y drogado. De vez en cuando se agobiaba y se tumbaba en el suelo o paseaba por las habitaciones en busca de novedades. Encontró su arena y me dejó un residuo radiactivo que a punto estuvo de intoxicarme. ¡Cómo caga Jaleo! Es un chernobil portable. Es su único gran defecto (como dice su nueva "mami"), pero con mantener su váter alejado de las narices se minimiza el daño olfativo. 

Soy un ángel pero cago como un demonio

En cuanto amaneció se puso en movimiento, pidiendo el desayuno y activándose con el sol. Le di el analgésico prescrito con un mousse y piensos, y se puso contentísimo haciendo la croqueta por el suelo con su escroto plateado. No sé qué sustancia cauterizadora le pusieron en los cojoncitos vaciados pero me dejó el sofá, el suelo y mi cuerpo con marquitas color plata. 

No me toques las pelotas que las tengo rotas

Florencia vino a buscarlo, nos acercamos al vete para que le echara un vistazo final. Lo encontró bárbaro y nos fuimos a su nueva  casa, donde ya tenía preparado un espacio para él. En el dormitorio tenía su aguita, su arena y le pusimos un comedero encima del sofacito con la manta de mi casa y sus juguetes nuevos. Se quedó tranquilo, adormilado y encantadísimo.

¿Te vas, perraca? Pues al menos déjame una petaca

Por la tarde, en el café multiespacio de Florencia, se organizaba el Día internacional del gato con la presencia de APCA (Asociación Para la Protección y Cuidado de los Animales) -que impartieron una charla sobre el cuidado de los gatos domésticos- y de Engatusarte, tienda de decoración con cositas de gatos.  
Con ese jaleo de gente entrando y saliendo, un clarinetista amenizando y gatos por aquí y por allá, Jaleo se escondió debajo de la cama, casi invisible para los no avezados en la búsqueda de gatos asustados. Lo saqué de ahí, le di mimos a placer, chuches, piensos y aguita fresca. Nos amamos, no lo oculto. 

El amor de un gato es un gran amor

Estos días está explorando su nuevo hogar, haciéndose con el espacio y el territorio, ganándose el cariño de Angus que aún no sabe si su presencia es transitoria o definitiva, y manteniéndose alejado de Lobita, que le da mucho miedo... por ahora. En breve, será el rey de la casa. 

El patio de mi casa es particular...


2 comentarios:

  1. Hola! quisiera saber al final que ha pasado con Edi? Gracias!

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  2. Alejandra, querida, Edi es la reina del jardín y yo, su guardiana. Le doy de comer tres veces al día y soy la única persona que la puedo agarrar en brazos. Ronronea cada vez que la acaricio, me enseña la barriguita y es un amor.
    En breve colgaré alguna entrada sobre ella.
    Gracias por tu interés en esta muñeca linda ;)

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